“Nadie miraba pero se veía venir” reza uno de los hinchas famosos del Rojo con su lengua popular y la frase cae justo para la vergüenza que sufrió Independiente ante Vélez. Estaba cantado que las chances de que el ciclo de Daniel Garnero comenzara de manera positiva eran escasas. Si se comenzó a perder desde los escritorios en Viamonte cuando no hubo un dirigente capaz de conseguir un mejor arranque que de visitante ante el Fortín. Sutilezas de lado, los análisis que se realizaban con la cabeza fría, lejos del fanatismo, convergían en que el Rojo iba de punto a Liniers, a poner la cabeza, y en el mejor de los casos a ver qué pasaba.
Pero ojo que puertas adentro el pensamiento no escapaba demasiado al enunciado líneas atrás. El golpe de timón de Garnero con el cual acomodó su discurso y enfiló para un 4-4-2 sin el enganche que pregona el “nuevo proyecto” fue una clara muestra. Y para ella un botón, o dos, que fueron los pocos amistosos realizados y que desnudaron las falencias de un equipo en formación que dejó ir piezas importantes y que se reforzó con jugadores de menor jerarquía. Seguramente al propio Dani no le debe haber gustado la propuesta para medirse con un gran rival como lo fue Vélez, pero peor que comenzar con el pie izquierdo era comenzar encima con una goleada. La cual de no ser por el enorme Adrián Gabbarini se hubiera materializado. Al menos eso no cambió en el Rojo, Gabba sigue siendo figura.
Las predicciones sobre el futuro del equipo llegarán desde todas las latitudes. Las mismas serán catastróficas y puede que hasta se hagan especulaciones sobre la fecha de vencimiento de Garnero y junto a él, el del mismísimo proyecto. Todo esto es previsible, como lo fue la derrota con que se comenzó.