El grito de Leonel Galeano resumió el sentir de todo Independiente. El festejo loco del defensor, después de un golazo que finalmente valió tres puntos, alejó la malaria del mundo rojo e invitó a pensar que las cosas comienzan a cambiar.
Para ver el vaso medio vacío hubo tiempo. Siete fechas de calvario fueron suficientes, mejor mirar la mitad llena de ahora en adelante. Es que el triunfo cayó en un momento clave, justo a días de emprender el sueño sudamericano que comenzó en Avellaneda, pasó por La Paternal y ahora se traslada a Montevideo. Un viaje que dice mucho más de lo que muchos entienden. Para los que peinan canas es volver al plano internacional, a esas lindas batallas coperas, para lo no tan viejos es volver a codearse con esa última parte de la historia de gloria con la Libertadores, Intercontinental y Supercopa. Para otros será un nuevo ciclo, una nueva aventura, sentir por ellos mismos lo que significa llevar la estirpe de Rey de Copas.
Por eso la victoria ante el Lobo dejó muchas puertas abiertas para un futuro auspicioso. Con históricos en el banco, con un Independiente unido, haciendo fuerza desde la tribuna y pasando factura a quien la merece. Porque ni siquiera con el gol de Galeano se pudo apagar la bronca para con la dirigencia.
